jueves, 28 de febrero de 2013

Soneto XXII de Pablo Neruda


Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo, 
sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura, 
en regiones contrarias, en un mediodía quemante: 
eras sólo el aroma de los cereales que amo. 

Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa 
en Angola, a la luz de la luna de Junio, 
o eras tú la cintura de aquella guitarra 
que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido. 

Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria. 
En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato. 
Pero yo ya sabía cómo era. De pronto 

mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida: 
frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas. 
Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.

Oda al amor de Pablo Neruda


Amor, hagamos cuentas. 
A mi edad 
no es posible 
engañar o engañarnos. 
Fui ladrón de caminos, 
tal vez, 
no me arrepiento. 
Un minuto profundo, 
una magnolia rota 
por mis dientes 
y la luz de la luna 
celestina. 
Muy bien, pero, el balance? 
La soledad mantuvo 
su red entretejida 
de fríos jazmineros 
y entonces 
la que llegó a mis brazos 
fue la reina rosada 
de las islas. 
Amor, 
con una gota, 
aunque caiga 
durante toda y toda 
la nocturna 
primavera 
no se forma el océano 
y me quedé desnudo, 
solitario, esperando. 

Pero, he aquí que aquella 
que pasó por mis brazos 
como una ola 
aquella 
que sólo fue un sabor 
de fruta vespertina, 
de pronto 
parpadeó como estrella, 
ardió como paloma 
y la encontré en mi piel 
desenlazándose 
como la cabellera de una hoguera. 
Amor, desde aquel día 
todo fue más sencillo. 
Obedecí las órdenes 
que mi olvidado corazón me daba 
y apreté su cintura 
y reclamé su boca 
con todo el poderío 
de mis besos, 
como un rey que arrebata 
con un ejército desesperado 
una pequeña torre donde crece 
la azucena salvaje de su infancia. 
Por eso, Amor, yo creo 
que enmarañado y duro 
puede ser tu camino, 
pero que vuelves 
de tu cacería 
y cuando enciendes 
otra vez el fuego, 
como el pan en la mesa, 
así, con sencillez, 
debe estar lo que amamos. 
Amor, eso me diste. 
Cuando por vez primera 
ella llegó a mis brazos 
pasó como las aguas 
en una despeñada primavera. 

miércoles, 27 de febrero de 2013

Soneto XLV de Pablo Neruda


No estés lejos de mí un solo día, porque cómo, 
porque, no sé decirlo, es largo el día, 
y te estaré esperando como en las estaciones 
cuando en alguna parte se durmieron los trenes.

No te vayas por una hora porque entonces 
en esa hora se juntan las gotas del desvelo 
y tal vez todo el humo que anda buscando casa 
venga a matar aún mi corazón perdido.

Ay que no se quebrante tu silueta en la arena, 
ay que no vuelen tus párpados en la ausencia: 
no te vayas por un minuto, bienamada,

porque en ese minuto te habrás ido tan lejos 
que yo cruzaré toda la tierra preguntando 
si volverás o si me dejarás muriendo.

sábado, 23 de febrero de 2013

Amiga, no te mueras de Pablo Neruda


AMIGA, no te mueras.
Óyeme estas palabras que me salen ardiendo,
y que nadie diría si yo no las dijera.

Amiga, no te mueras.

Yo soy el que te espera en la estrellada noche.
El que bajo el sangriento sol poniente te espera.

Miro caer los frutos en la tierra sombría.
Miro bailar las gotas del rocío en las hierbas.

En la noche al espeso perfume de las rosas,
cuando danza la ronda de las sombras inmensas.

Bajo el cielo del Sur, el que te espera cuando
el aire de la tarde como una boca besa.

Amiga, no te mueras.

Yo soy el que cortó las guirnaldas rebeldes
para el lecho selvático fragante a sol y a selva.
El que trajo en los brazos jacintos amarillos.
Y rosas desgarradas. Y amapolas sangrientas.

El que cruzó los brazos por esperarte, ahora.
El que quebró sus arcos. El que dobló sus flechas.

Yo soy el que en los labios guarda sabor de uvas.
Racimos refregados. Mordeduras bermejas.

El que te llama desde las llanuras brotadas.
Yo soy el que en la hora del amor te desea.

El aire de la tarde cimbra las ramas altas.
Ebrio, mi corazón, bajo Dios, tambalea.

El río desatado rompe a llorar y a veces
se adelgaza su voz y se hace pura y trémula.

Retumba, atardecida, la queja azul del agua.
Amiga, no te mueras!

Yo soy el que te espera en la estrellada noche,
sobre las playas áureas, sobre las rubias eras.

El que cortó jacintos para tu lecho, y rosas.
Tendido entre las hierbas yo soy el que te espera!

jueves, 21 de febrero de 2013

La infinita de Pablo Neruda


Ves estas manos? Han medido 
la tierra, han separado
los minerales y los cereales, 
han hecho la paz y la guerra, 
han derribado las distancias 
de todos los mares y ríos, 
y sin embargo 
cuanto te recorren 
a ti, pequeña, 
grano de trigo, alondra, 
no alcanzan a abarcarte, 
se cansan alcanzando 
las palomas gemelas 
que reposan o vuelan en tu pecho, 
recorren las distancias de tus piernas, 
se enrollan en la luz de tu cintura. 
Para mí eres tesoro más cargado 
de inmensidad que el mar y su racimos 
y eres blanca y azul y extensa como 
la tierra en la vendimia. 
En ese territorio, 
de tus pies a tu frente,
andando, andando, andando, 
me pasaré la vida.

Tengo hambre de tu boca, de tu voz, de tu pelo


Tengo hambre de tu boca, de tu voz, de tu pelo
y por las calles voy sin nutrirme, callado,
no me sostiene el pan, el alba me desquicia,
busco el sonido líquido de tus pies en el día.

Estoy hambriento de tu risa resbalada,
de tus manos color de furioso granero,
tengo hambre de la pálida piedra de tus uñas,
quiero comer tu piel como una intacta almendra.

Quiero comer el rayo quemado en tu hermosura,
la nariz soberana del arrogante rostro,
quiero comer la sombra fugaz de tus pestañas

y hambriento vengo y voy olfateando el crepúsculo
buscándote, buscando tu corazón caliente
como un puma en la soledad de Quitatrúe.

La canción desesperada de Pablo Neruda


Pablo Neruda
La canción desesperada

Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy. 
El río anuda al mar su lamento obstinado.

Abandonado como los muelles en el alba. 
Es la hora de partir, oh abandonado!

Sobre mi corazón llueven frías corolas. 
Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!

En ti se acumularon las guerras y los vuelos. 
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.

Todo te lo tragaste, como la lejanía. 
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio!

Era la alegre hora del asalto y el beso. 
La hora del estupor que ardía como un faro.

Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego, 
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!

En la infancia de niebla mi alma alada y herida. 
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo. 
Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!

Hice retroceder la muralla de sombra, 
anduve más allá del deseo y del acto.

Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí, 
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.

Como un vaso albergaste la infinita ternura, 
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

Era la negra, negra soledad de las islas, 
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.

Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta. 
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.

Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme 
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!

Mi deseo de ti fue el más terrible y corto, 
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.

Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas, 
aún los racimos arden picoteados de pájaros.

Oh la boca mordida, oh los besados miembros, 
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.

Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo 
en que nos anudamos y nos desesperamos.

Y la ternura, leve como el agua y la harina. 
Y la palabra apenas comenzada en los labios.

Ése fue mi destino y en él viajó mi anhelo, 
y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!

Oh sentina de escombros, en ti todo caía, 
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron.

De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste 
de pie como un marino en la proa de un barco.

Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes. 
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.

Pálido buzo ciego, desventurado hondero, 
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Es la hora de partir, la dura y fría hora 
que la noche sujeta a todo horario.

El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa. 
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

Abandonado como los muelles en el alba. 
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.

Ah más allá de todo. Ah más allá de todo. 

Es la hora de partir. Oh abandonado!